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Cóctel de sandía

Mi chico cocinaba mientras yo y mi amiga charlabamos en el salón. Su chico (al que esa noche apodamos “el barman”) preparaba unos mojitos nivel profesional: con roncito, lima, hielo picado, hierbabuena y mucho azúcar. Con los mojitos, lo que pegaba era música latina, así que le pedimos a nuestros amigos que nos enseñaran a bailarla.

La cena estuvo deliciosa: ensalada, lasaña y tiramisú de postre. Y así, entre bailes, risas y mojitos, se me ocurrió ir apagando luces y encendiendo algunas velas. Fuera hacía un frío que pelaba. Pero allí en el salón, al calorcito de la lumbre, estábamos como en el Caribe. Las chicas llevábamos un vestido ligero y los chicos estaban muy guapos con su camisa.

  Nos sentamos en dos sofás. Una pareja frente a la otra, pegados todos a la estufa. Descalzos y bromeando entre miradas cómplices, llegó el siguiente mojito. El grupo estaba cada vez más cómodo y recordé una conversación que tuvimos con ellos hace años, sobre fantasías varias y juegos entre parejas. ¿Ocurriría esa noche algo más entre los cuatro? El barman se sentó en la alfombra para contar una divertida historia y saqué un colchón para que estuviera a gusto. Él era un narrador excelente. Hablaba despacio, creando suspense, mientras clavaba su intensa mirada en el oyente. O quizá clavara aquellos ojazos solo en mi (o quizá era yo la que quería imaginarlo). –Voy a poner música sexy- dije de pronto-. -Vaya ambientazo nos estás preparando -dijo mi chico-.

-¿Yo? – sonreí descarada. – Buena elección – dijo mi amiga. – Y por si alguien se anima a darme un masaje -añadí- también traje aceite.

  Los chicos se ofrecieron a masajear desde el sofá y las chicas nos sentamos sobre el colchón del suelo, dejándonos un poquito el vestido para descubrir los hombros. – ¿A qué huele? – preguntó mi amiga-. -A sandía, es que también es comestible – dije guiñando un ojo al grupo. Escuché la música y cerré los ojos para sentir las manos de mi chico masajear mi cuello, mis sienes, mi espalda… Me encantan sus masajes y lo que me hace luego con esas mismas manos. El calor de la lumbre calentaba mi piel, mientras sus manos la cubrían de aceite y mi mente imaginaba qué podría pasar luego. Supongo que mientras él me tocaba, miraba de reojo a nuestra amiga, a la cual estaban masajeando justo al lado. Aquel escote bien merecía una mirada.

  Al cabo de un rato, me sentía algo egoísta por seguir disfrutando del masaje. Pero estaba tan a gusto, que en vez de sugerir relevo dije: – Cielo, ¿te importa masajearme las piernas? Y me tumbé boca abajo en el sofá sin esperar respuesta. Mi chico se acercó y continuó el masaje. Extendió aquel aceite denso de olor a sandía por mis pies, subiendo por mis piernas hasta las pantorrillas, los muslos… – Espera, no manches el vestido – dije mientras lo subía rápidamente, dejando al aire mis braguitas negras. Al barman le debió hacer gracia el gesto y le propuso a mi chico un cambio de pareja. Mi amiga nos miró y subió también el suyo, invitando a mi chico con la mirada. Y así comenzó nuestro primer intercambio. Cerré los ojos de nuevo y sentí por fin aquellas manos fuertes subiendo despacio por mis piernas, llegando casi hasta mi culo, rozando astutamente mis ingles. Aquellas manos recorrían mi cuerpo de arriba abajo, con un tacto suave pero firme, al ritmo de la música. En ese momento sonaba “Watermelon sugar” de Harry Styles y como ya todo nos olía a sandía, nos reímos los cuatro.

  Aquella interrupción me trajo de vuelta a la realidad. No podía creer que mi amigo me estuviera tocando en mi salón, con mi chico y su chica allí delante. Pero el masaje estaba siendo de lo más sexy. La progresión había sido perfecta, había dado los pasos justos, tocado en los lugares precisos y me tenía completamente a su merced en aquel instante. Cuando sus dedos se acercaron a mi pubis, sentí erizarse toda mi piel bajo la ropa y me estremecí entera.

   Sentía el calor de la leña quemándose y ya me temblaba todo el cuerpo. Con los ojos cerrados, imaginaba sus manos húmedas queriendo subir por mis caderas, por mi cintura, jugando atrevidas por todas partes. Empecé a lubricar y alargué mi mano para tocar sus pantalones. – “And that summer feeling, It’s so wonderful and warm”- sonaba -. Me quité el vestido y el sujetador, pero seguí tendida boca abajo. Solo dejé las bragas, que él rozaba cada vez con más frecuencia. Sus dedos buscando mis rincones, trasgrediendo mi intimidad, tocando ya de todo y cada vez con más ganas. –“I just wanna taste it- se oía en ese momento y pensé que si, que me encantaría probarlo, saborear su piel, sus dedos, sus brazos, su espalda… -.

   Al abrir los ojos, veía a mi chico y a su chica también desnudos, también tocándose. Saber que ellos disfrutaban a nuestro lado, era aún más excitante. Pero no pude mirarlos mucho. Sobre mi piel, el masajista no daba tregua. Y el calentón no me dejaba desconcentrarme. Mi mente (o quizá mi cuerpo, ya no sé) le pedía más, y él, como si pudiera oírme, obedecía. Me di la vuelta para que pudiera masajear mi pecho y mis pezones se cubrieron de sandía, hasta que su lengua los limpió de nuevo. Oía los gemidos de mi amiga, los susurros de mi chico. Y a mi cuerpo palpitar con cada caricia. A veces, él retiraba mis bragas con sus dedos y ya estaban tan mojadas, que preferí quitarlas. Metió sus dedos en mi vagina. Y mi cuerpo los recibió agradecido, con la calidez de quien espera hace rato esa visita. No sé si le invité yo o quiso tumbarse él. Pero cuando lo tuve al lado, nuestros cuerpos se pegaron como dos imanes y empecé a besarlo y a quitarle la ropa deprisa. La estufa calentaba demasiado, mi chico y su pareja gemían y yo ya no estaba para juegos. Lo quería encima y a su pene bien dentro.

  Cuando pienso en aquella noche, recuerdo que follamos como locos. También recuerdo que hacía mucho frío fuera y, que por algún motivo -el olor a fruta, a fogata, la música o qué sé yo- en aquel salón, los cuatro disfrutamos de una noche loca, muy loca, de verano.

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