Vikingos

Te propongo un juego. Yo seré Lathgertha: la poderosa, sexy e inteligente vikinga. Esta noche, mientras duermo con Astrid -mi amante- los guardias nos avisan de que han llegado dos guerreros muy mal heridos. – Que los tumben junto al fuego -ordenó-. Mientras, me apresuro a buscar agua, comida y algo para curarlos.

Astrid y yo llegamos con sábanas, agua, jabón y un licor recién destilado. Comenzamos a lavar a los heridos. Yo mojo primero tu pecho. Luego tus fuertes brazos. Tú me miras con cara de pocos amigos. – Si no te lavo, se infectará – y mis palabras suenan como una orden.Astrid le pone alcohol a tu amigo en la herida después de limpiarle. Él la coge fuerte del brazo para apartarla. Astrid saca su cuchillo y le dice: – Pórtate bien, amigo, o tendré que cortarte el muslo después de que se gangrene. Tu amigo mira el cuchillo, su muslo cubierto de sangre y barro, y la suelta.

Reconozco la mirada de Astrid. El chico le gusta. La miro y asiento. Ella sabe que no soy celosa. Astrid termina de curarle. Se acerca a mí y me da una palmada en el culo y un lametón en los labios. Después vuelve con su herido y comienza a desnudarse delante de él.

Mi herido me mira y pregunta: – ¿Tú no tienes calor? El ambiente está que arde. – Si, ya he terminado con tu brazo. Vamos a ver si aún puedes usarlo – digo traviesa, mientras clavo la mirada en tus ojos marrones. Te levantas, tiras lo que hay en la mesa y me subes encima. – Ay – dices – la herida aún duele. Pero no te importa. Comienzas a desnudarme, acaricias mi vientre, mi pecho, mi cuello, mis labios. Los muerdes. Bajas la mano por mi espalda hasta mis caderas, sin dejar nunca de mirarme. Una mirada llena de deseo. Sabes lo que va a ocurrir ahora. Sabes que no puedo (ni quiero) impedirte nada.


Apartas mi vestido con tus manos. Acaricias mis muslos suavemente, hacia arriba. Tus dedos se acercan a mis bragas hasta que el pulgar alcanza el clítoris. Exhalo en tu oído y mis pupilas se dilatan. Me acercas de un empujón a ti y abres tu pantalón con la otra mano. – Espera – digo señalando a Astrid – quiero ver cómo disfruta. ¿Cómo te llamas, vikingo? – Gerd -dices mientras hueles mi cuello. – ¿Y tú amigo? – te pregunto divertida -. Einard -contestas, pasando tu lengua húmeda por mis hombros-. – Gerd, Einard… quiero que le hagáis a Astrid lo que yo ordene. Y el que mejor se lo haga, se viene después conmigo.

Los dos hombres se miraron confundidos, pero Astrid se quitó la camiseta y les sacó de dudas. Gerd, quiero que te coloques detrás de ella, beses su cuello, su espalda, sus hombros… quiero que se lo beses todo como lo hacías conmigo. Einard, quiero que le separes las piernas a Astrid, te arrodilles frente a ella y juegues con tu lengua en su pubis hasta que se corra. Astrid les miró desafiante y le puso un taburete a Einard frente a ella, para que su pierna no sufriera. Ella apoyó su impresionante trasero en la mesa y soltó su trenza. Su pelo tapaba sus preciosas tetas, pero sus pezones asomaban erectos entre los rizos. No existe en la tierra una mujer como ella – pensé -. Y al verla excitarse y estremecerse, con lo que los vikingos le hacían, mi vagina comenzó a mojarse.

Me acerqué despacio a Einard. Mira cómo lo hago yo – le dije-. Mi lengua se deslizó tranquila apartando los labios de Astrid, buscando rozar su clítoris, con mi lengua y con mis dedos. Cuando estuvo muy excitada, introduje dos dedos totalmente en su vagina y empujé hacia mí. Profundamente, una y otra vez, hasta tocar sus paredes, en el punto exacto que más le gusta. – Si lo haces bien – le dije a Einard- cuando acabes, te vienes conmigo.

– Gerd, te echo de menos. Túmbate aquí – dije señalando las pieles junto al fuego -. Observé detenidamente tu pecho tatuado, su pelo negro rizado. Tus brazos fuertes, con varios cortes abiertos y algunas cicatrices. Me senté con delicadeza sobre ti. Con sonrisa seductora y ojos de mala. Mis pequeños senos, se balanceaban sobre ti, apuntándote. Tú los cogiste entre tus gruesas manos, los apretaste y comenzaste a chuparlos, hasta notar mi mano jugando en tu entrepierna. Tus ojos marrones se clavaron súbitamente en mis ojos verdes. Me fulminaron unos instantes, llenos de impaciencia. Se acabó el juego – dijiste – y me tumbaste bruscamente sobre la piel de lobo. No sé cómo, pero tu enorme pene estaba de pronto dentro de mi vagina. Solté un gemido, te miré y me mordí los labios. Tu comenzaste a moverte sobre mí, como un guerrero veterano, al compás de mis jadeos. Cada vez más rápido, más excitado, más furioso. Miré a Astrid de reojo, estaba ocupada lamiendo a Einard, y me excitó verlos. Yo me movía contigo, como a caballo. Nuestro sudor se mezclaba entre el fuego y las pieles. No pude evitarlo y clavé mis uñas en tu espalda musculada. No podía más, estaba a punto de irme y quería tenerte todavía más dentro. Vaya, parece que mi grito se oyó fuera y acudieron mis soldados.


Todo bien – reí cuando entraron los soldados- ¿No es así, Astrid? Chicos, preparad el baño.

Los soldados salieron. Astrid siguió chupando a Einard, como si nada. El chico era más joven que Gerd. Rubio de pelo largo, alto, un poco más delgado, pero de cuerpo fuerte. Y un pene de los que a mí me gustan. Astrid pareció notar mi interés. Soltó a Einard y me dijo: – Llévatelo, que yo os miro. Le cogí del brazo y le dije – Te has portado muy bien con Astrid. Es la hora de tu premio. Sígueme -.

Pasamos al cuarto de al lado, los baños. Yo entré despacio en la bañera, donde cabían varias personas. El agua estaba caliente y había pétalos rojos flotando en ella. Astrid entró con nosotros a la bañera, pero se quedó en frente, observando. Yo tomé la mano de Einard y la guié bajo el agua, recorriendo mis caderas, mi culo, mis piernas… hasta llegar al pubis. Le dejé acariciar mi clítoris y luego, sin pedírselo yo, introdujo sus dedos como le había enseñado – guapo y listo, pensé -.

Astrid nos miraba curiosa mientras se tocaba. Yo masturbaba a Einard, más rápido cuando él me penetraba. Sus dedos llegaban muy dentro, hasta el punto que me gustaba… Yo miraba a Astrid, sonrosada por el calor (el de su cuerpo y el del agua). Miraba a Einard, su pene duro, su cuerpo duro. Y notaba mi interior, cada vez más blando. Todo lleno de vapor, todo húmedo, todo cálido. Y así, uno a uno, Astrid, Einard y yo, fuimos llenando la bañera de fluidos que quedaron allí, flotando entre los pétalos y el agua.

Gerd – que se había quedado en el salón un poco adormilado- entró al oír nuestros gritos. Nos miró a los tres y dijo: – ¿Qué hacéis? ¿Me perdí algo?

5 comentarios en “Vikingos”

  1. Me ha gustado mucho, si la intencion es excitar a quien lo lee, con migo lo has conseguido.
    Cuando vengas por aqui la tortilla a mi cuenta, pero teagadsjaria con cosas bastante mas ricad, un beso.

  2. Me ha encantado, me ha excitado y me he masturbado viviendo la situación, a veces era Lathgertha, a veces su amante, a veces el vikingo… Delicioso.

  3. MaxitoEspinosa

    Tienes un don para la escritura exótica ya leí la otra vez unos de tus relatos y me encantó, mientras lo estás leyendo imaginas que tu mismo estás justo en ese justo momento y eso me hace escaparme .
    Ya estoy deseando de leer otro.

  4. Me encantan las pelis de vikingos pero ahora las veré desde otra perspectiva me ha encantado y excitado en la misma medida

Responder a MaxitoEspinosa Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *